La Habana, Cuba.
Liliane Hasson: Traductora y especialista en Literatura Cubana. Nació en Londres de padres sefardíes, su madre había nacido en Estambul y su padre en Salónica, y llegó para vivir en Francia a los dos años de edad. Estudió Letras Hispánicas en La Sorbona.
Fue comunista y admiradora de la revolución castrista, y en 1968 visitó por primera vez a Cuba. Estaba en la isla justo cuando Fidel Castro apoyó la invasión soviética de Checoslovaquia y ella, como tantos otros idealistas, se sintió muy desilusionada, iniciándose de es manera traumática su desencanto con el castrismo.
Ha traducido al francés obras de Nicolás Guillén, Virgilio Piñera, Zoé Valdés, Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Antonio José Ponte y Guillermo Rosales.
Por otro lado, como autora ha publicado La imagen de la revolución cubana en la prensa francesa y española, El cuento cubano de hoy y La sombra de La Habana. En 2007 publicó la excelente biografía Un cubano libre: Reinaldo Arenas.
Marti Noticias se complace en ofrecerles la siguiente entrevista realizada por Armando de Armas a Liliane Hasson
MN. ¿Qué la hace interesarse por la Literatura Cubana?
LH. La admiración. La "descubro" al final de los 60, puesto que había viajado a la Isla en dos ocasiones, en 1968 y 1969. Virgilio Piñera fue él que más me impactó. Más, mucho más que Lezama Lima, a quien admiraba, pero cuyo hermetismo me atemorizaba, lo confieso. Ya conocía a Alejo Carpentier: El Siglo de las Luces, así como los cuentos, me deslumbraron. También había leído y estudiado al Guillén de Sóngoro Cosongo. Ya en Cuba, me puse a leer con entusiasmo los cuentos de Onelio Jorge Cardoso, de Enrique Labrador Ruiz. Muchos años después pude disfrutar en español de los Cuentos de Lydia Cabrera. Y fui "descubriendo" a distintos escritores, entre ellos Reinaldo Arenas, Antonio Benítez Rojo, Heberto Padilla, José Triana.
En la década de los 80, se me aparece el entonces inédito Carlos Victoria, gracias a la revista Mariel, fundada por Arenas y otros Marielitos. Me siento orgullosa de haber traducido al francés buena parte de su obra; así como el Boarding Home de Guillermo Rosales. Y varias obras de Antonio José Ponte. Admiro a Leonardo Padura, a Ena Lucía Portela, a tantos más. Admiro por supuesto a Abilio Estévez cuyo Navegante dormido es una obra maestra, una obra fundadora.
MN. ¿De los escritores cubanos con los que ha trabajado cuál resultó más fácil de traducir y cuál más difícil?
LH. Muy… difícil la pregunta. Si te pones a pensarlo, ningún escritor es « fácil » de traducir (a no ser los pésimos). Por ejemplo, la narrativa de Virgilio, muy sencilla, no plantea dificultad de comprensión : es « fácil ». Sin embargo, a la hora de verterla al francés, te das cuenta de lo intrincado del pensamiento, de lo sutil del estilo, de la estructura y se vuelve de lo más « difícil » de traducir.
MN. ¿Traducir autores que escriben desde y sobre una realidad anómala (la del socialismo real) que exige ser expresada en una especie de neo lenguaje no añade unas dificultades a las dificultades comunes de llevar significados de un idioma a otro?
LH. Todas las realidades extranjeras resultan, por definición, « anómalas », con respecto a la de uno : otras latitudes, otras culturas, otros idiomas y en este caso, otro sistema político. ¿No son « anómalas » las realidades franquistas, nazis, soviéticas? ¿No las conocemos a través de sus escritores y traductores?
MN. Ahora bien, siguiendo en el orden de las dificultades provenientes de traducir a autores cubanos: ¿Ha pagado usted un precio en su país por traducir a autores anticastristas?
LH. No presumo de víctima, ni de heroína, ni mucho menos de mártir. Aunque, eso sí, supongo que habría tardado menos en conseguir una plaza de catedrática, de no ser tan « gusana », como me tildaban algunos colegas franceses.
MN. ¿Cómo conoció a Reinado Arenas? ¿Cómo lo recuerda?
LH. Ví por primera vez a Reinaldo Arenas en el verano de 1968, pero fue en agosto del año siguiente cuando hablamos « en serio ». Y me dedicó Celestino antes del alba, la única novela suya publicada en Cuba. En aquel entonces, Arenas aún trabajaba en la UNEAC. Inclusive le saqué una foto en su despacho, que se publicaría en Antes que anochezca (Barcelona, Tusquets, 1992). Varios amigos me habían aconsejado cautela, puesto que el joven escritor ya era « conflictivo ». De hecho, nos dimos largos paseos para conversar libremente. Me confíó cartas y manuscritos para sus amigos los Camacho. Cuento el episodio largamente en mi libro Un Cubain libre : Reinaldo Arenas (fotos Suzanne Nagy, Actes Sud, Paris, 2007). ¡Ojalá se traduzca alguna vez al español !… Recuerdo su humor, su risa desternillante, su gracia, y también sus momentos de tristeza. Recuerdo también - parece mentira y sin embargo lo confirmarán quienes fueron sus amigos - su timidez y su gran sensibilidad.
MN. Y a Piñera, ¿cómo conoció a Virgilio Piñera?, ¿alguna anécdota de él que quiera compartir con nuestros lectores?
LH. Conocí a Virgilio Piñera en 1969 en casa de Olga Andreu donde solía reunirse un grupo de escritores a leer sus textos inéditos. El leyó un poema suyo (no recuerdo cual), y comentó los textos de algunos jóvenes. También nos vimos en la cola del Coppelia. Me entregó una copia mecanografiada del cuento « Un Jesuíta de la literatura ». Con la angustia - harto justificada - de perder sus obras, solía ponerlas a salvo entregando copias a los extranjeros « de confianza ».
Muchos años después, a petición de Severo Sarduy, lo incluiría en mi selección de Nouveaux contes froids (Le Seuil, París, 1988).
MN. ¿Es cierto que estaba en Cuba cuando la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968? ¿Qué sintió cuando oyó que Fidel Castro apoyaba la invasión?
LH. Sí, es cierto. Experimenté la pérdida de mis últimas ilusiones con respecto al régimen castrista. Nos enteramos de la noticia en casa de un escritor; estaban varios intelectuales, algunos de los cuales permanecen en Cuba. El ambiente era de velorio. Ya que el apoyo de Castro a la invasión no había sido inmediato, muchos habían esperado una ruptura entre Cuba y la URSS.
MN. ¿Era Nicolás Guillén un gran poeta?
LH. La respuesta a su primera pregunta. Además, ¿quién soy yo para opinar de forma tan tajante? Prefiero contar una anédocta. Guillén me había recibido en su despacho de la UNEAC en 1969, entregándome su poema erótico entonces inédito « No soy un hombre puro ». Me dijo entre risas que la Revolución, por ser tan joven, era algo « puritana » y le habían censurado el poema en sus Obras Completas. Me pidió que lo tradujera y lo publicara en Francia. Intenté en Les Lettres françaises (dirigido por Louis Aragon), que lo rechazó por inmoral. Entonces lo propuse a La Quinzaine Littéraire, dirigida por Maurice Nadeau, que publicó « Je ne suis pas un homme pur » en primera plana (N° 167, 1° de julio de 1973).
MN. A-¿Se siente realizada, satisfecha con lo que ha sido su vida profesional?. B-¿Algún escritor de la literatura universal que le gustaría traducir?
LH. A-Mi vida profesional prosigue. No me corresponde a mí hacer el balance. De momento, estoy traduciendo al francés La Isla errante, antología de cuentos cubanos dirigida por Armando Valdés y yo. Me parece que lo sabes, ya que apareces entre los cuentistas antologados… Amén de otros proyectos.
B- En Lengua española:
Los cuentos de Lydia Cabrera. Los cuentos, las novelas y los poemas de Virgilio Piñera que me quedan por traducir.
En Literatura universal : Albert Camus, Elias Canetti, Valeri Grossman, Imre Kertesz.
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